Dedicado para los confundidos en cuanto a conflicto de intereses...
Javier
Barros Sierra (1915-1971)
Noviembre de 1963. Los tiempos políticos para la
sucesión marcaban el momento del destape. Las fuerzas vivas del PRI se habían
inclinado ya por Gustavo Díaz Ordaz, dando paso al ritual sucesorio.
En gira de
gabinete con el presidente Adolfo López Mateos, el secretario de Obras
Públicas, ingeniero Javier Barros Sierra, descargaba con su característica ironía una
postura alejada de las formas reverenciales propias de
la época y en respuesta a periodistas que requerían su opinión sobre el
candidato, dijo:
“Les contestaré con un dicho mexicano muy popular: la suerte
de la fea...” Sería un desplante irreverente contra el recién ungido y la
muestra de una incompatible relación que presagiaba lo que vendría en los años
por delante.
Barros Sierra era uno de los más distinguidos integrantes del
equipo de López Mateos, al punto de incluirse entre los posibles sucesores a
pesar de su formación como ingeniero.
Había llegado al gobierno precedido de
una destacada trayectoria profesional que incluía haber sido catedrático de la
Escuela Nacional de Ingenieros de la UNAM –de la que entre 1955 y 1958, llegó a
ser su director–, además de haber participado como socio fundador ICA, en 1947.
“Cuando ingresa al sector
público –narra Javier Jiménez Espriú , hombre cercano al ex rector de la UNAM–
vendió sus acciones de ICA, porque
tenía muy claro lo que hoy se llama conflicto de intereses y que ahora quieren
explicárnoslo en leyes..."
Eso no necesita explicación, es un tema de conciencia y
de ética... incluso podría decir: de clase, se tiene en la sangre. Y eso lo entendía claramente Barros Sierra,
en cuya gestión se inaugura el esquema de licitaciones en la obra pública.
Autor del libro El proyecto universitario del rector Barros Sierra, Raúl
Domínguez define: “si a mí me preguntaran cuál fue su característica
fundamental, sobre todo ahora, hablando de este pantano (de corrupción) donde
estamos viviendo, es que era un funcionario de gran probidad”.
Universitario de
cepa, Barros Sierra no podía estar ausente de la construcción de la Ciudad
Universitaria entre 1948 y 1952, años que para él fueron de vertiginoso
crecimiento profesional. Como miembro de ICA,
participó en la edificación de las hoy facultades de Ciencias, Filosofía y
Letras, Odontología, Medicina-Veterinaria y Zootecnia, así como el Estadio
Olímpico Universitario. Como ingeniero, su obra se extendió a otros puntos de
la ciudad de México. Participó en la construcción del edificio Condesa y 5 de
Mayo, en el moderno estacionamiento que todavía se ubica en la esquina de las
calles Gante y 16 de septiembre, en el rastro de la ciudad y el mercado de La
Merced. Su llegada a la Secretaría de Obras Públicas detonó el crecimiento
acelerado de la red carretera nacional, que entre 1958 y 1964 aumentó 55%. Sabía de carreteras no era 'Villamelón'.
Las
obras más sobresalientes en este periodo son la autopista México-Puebla y el
ferrocarril Chihuahua-Pacífico. “Hubo una gran apertura para la construcción de
la infraestructura nacional y fue entonces cuando se construyó el tramo final
del ferrocarril Chihuahua-Pacífico.
Fue el último esfuerzo ferrocarrilero en
México”, recuerda Jiménez. Agrega: “Su labor en la Secretaría de Obras Públicas
partía de una concepción muy clara, la construcción de México la van a hacer
los ingenieros y las empresas mexicanas, algo que ahora lamentablemente ya no
existe; hoy se ve al extranjero”.
En ese carácter, durante un discurso ante
estudiantes de ingeniería, Barros Sierra delineó la importancia social de la
disciplina: “Al prestar este servicio, hay que recordar siempre que ninguna
técnica representa un fin en sí mismo, sino que sólo es un instrumento para
mejorar la vida humana en una colectividad”.
Concluido el sexenio de López
Mateos, en 1965, el entonces director de Petróleos Mexicanos, Jesús Reyes
Heroles, lo convocó a participar en la fundación del Instituto Mexicano del
Petróleo, del que fue nombrado primer director, el 31 de enero de 1966. Si bien
su paso fue fugaz, apenas de cuatro meses –antes de ser nombrado rector de la
UNAM–, le permitió sentar las bases del nuevo proyecto desde su toma de
posesión: la investigación en geología, geofísica, ingeniería petrolera,
transporte, distribución de hidrocarburos, economía petrolera, química,
refinación, petroquímica, diseño de equipo mecánico, electrónico, maquinaria y
electrónica aplicada.
En septiembre de 1959, con ocasión del aniversario de la
Independencia, correspondió a Barros Sierra, como integrante del gabinete, el
discurso central, donde definió su visión como funcionario: Para los servidores
públicos es dable “prescindir de actitudes negativas; abstenerse de las
promesas sin base, cuyo incumplimiento genera la inercia y el escepticismo;
preferir el relato fiel de lo que está logrado o en vías de consumarse a la
pura declaración de buenas intenciones; no contemplar con desaliento el abismo
entre lo necesario y lo posible, sino hacer cuanto esté en nuestras manos, con
honradez y con eficacia”.
Desde la intimidad de la visión familiar, su hija,
Cristina Barros sintetiza la trayectoria de su padre como servidor público:
“fue siempre fiel a sí mismo y no permitió nunca que lo sedujera el poder”. Y
ciertamente, su estirpe universitaria lo llevaría por otros derroteros alejados
del sistema. (tomado de la Jornada)
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