No solo de operar se trata... Hay que entender el Concepto
Pocas veces coincido tanto con alguien como hoy por la mañana, al leer el escrito de Rene Delgado (Reforma). En efecto, la diferencia que existe en actuar operando, sin entender primero el concepto de fondo, es visible de forma clara. "No por hacer en chinga, se hace..." escuche muchas veces en mis obras de construcción. Sabiduría popular.
Hoy, esa falta de visión conceptual, que requiere de atención, de interés, incluso de pasión por el quehacer político honesto, tiene altísimos costos...
Comparto lo que Rene Delgado escribió hoy:
"El gobierno no acaba de dimensionar la crisis que afronta. Las acciones emprendidas para salvar la circunstancia, siendo meritorias y plausibles -la captura del matrimonio infernal, el informe sobre los normalistas desaparecidos, así como la cancelación de la licitación del tren México-Querétaro-, no arrojan los resultados pretendidos. Lejos de eso, agranda y profundiza su falta de credibilidad. Insiste el gobierno en creer que la crisis se reduce a una cuestión de operación y no de concepto, en dar algunos pasos pero no ir hasta donde es necesario. En vano el ejercicio, consume tiempo... y el tiempo es clave en su destino.
Hoy, esa falta de visión conceptual, que requiere de atención, de interés, incluso de pasión por el quehacer político honesto, tiene altísimos costos...
Comparto lo que Rene Delgado escribió hoy:
"El gobierno no acaba de dimensionar la crisis que afronta. Las acciones emprendidas para salvar la circunstancia, siendo meritorias y plausibles -la captura del matrimonio infernal, el informe sobre los normalistas desaparecidos, así como la cancelación de la licitación del tren México-Querétaro-, no arrojan los resultados pretendidos. Lejos de eso, agranda y profundiza su falta de credibilidad. Insiste el gobierno en creer que la crisis se reduce a una cuestión de operación y no de concepto, en dar algunos pasos pero no ir hasta donde es necesario. En vano el ejercicio, consume tiempo... y el tiempo es clave en su destino.
El trípode en que el gobierno pensó consolidarse está quebrado o resentido.
Y, entonces, el centro de gravedad no es firme. Es frágil e inestable. Detrás
de la idea de apoyarse en las dirigencias partidistas, los grupos empresariales
nacionales y extranjeros preferidos y los gobiernos de los estados hay un
concepto cupular de la política. Apuesta al efecto del acuerdo en las alturas,
la posibilidad de encontrar si no respaldo, sí aceptación popular a partir de
la presunta prosperidad, crecimiento y empleo cifrado en las políticas
adoptadas. En ese concepto, aplicado por anteriores gobiernos priistas
-destacadamente el salinista-, es fundamental contar o cumplir con cuatro
condiciones. La instrumentación rápida y atinada de las políticas. La solidez
de los pilares donde finca su posibilidad. La aplicación de una política social
con efecto inmediato, así sea efímero, a fin de contener el malestar. El manejo
adecuado, es terrible decirlo, de la corrupción como cemento de los acuerdos.
Sin cumplir esas condiciones, adoptar la política cupular como guía es un
albur en extremo peligroso.
La evidencia de estos días pone al descubierto que la crisis tiene por eje
el concepto, no la operación. La instrumentación de las reformas es
mucho más lenta y difícil de lo previsto. Errores en su diseño -en particular,
la político-electoral- amenazan con provocar resultados contraproducentes. Los
órganos nuevos o fortalecidos agotan su posibilidad antes de desplegar a fondo
su tarea, así se advierte su actuación en los campos electoral, del acceso a la
información y las telecomunicaciones. Y, a ello, se agrega un asunto delicado:
un entorno económico adverso y errores en el manejo de la política. El conjunto
del proyecto resbala o, cuando menos, retrasa el derrame de su supuesto beneficio.
Las dirigencias partidistas están en crisis, permeadas hasta la médula por
la corrupción y la criminalidad, fracturadas al punto de dar lugar al
canibalismo, sin capacidad de cohesionar a la militancia en su interior y, por
lo mismo, con serios problemas en su estructura. Exhiben, por turno, su
podredumbre. Y, sobra decirlo, más de un gobierno estatal se tambalea. Por
distintos motivos -ingobernabilidad, criminalidad, incapacidad, pusilanimidad o
la combinación de ellas-, Oaxaca, Tamaulipas, Estado de México y Jalisco forman
fila para entrar en crisis. Descontando, por supuesto, a Michoacán y Guerrero
que ya entraron en crisis. El efecto dominó en la vertiente del Pacífico se
advierte desde hace tiempo. El afán de acotar a unos y privilegiar a
otros grupos empresariales, en el marco de la disputa por los contratos de las
megaobras anunciadas, coloca en un apuro al gobierno. No consigue doblegar a
unos ni privilegiar a otros y, en el ir y venir de las decisiones, no da
garantías a nadie.
El efecto es terrible, no se genera certidumbre y la detonación de la
economía a partir de la aplicación de las inversiones se retrasa. El
malestar social rebasa con mucho la política diseñada para contener el reclamo.
La entrega de despensas o de ayuda económica no atempera la situación. La falta
de empleo, de educación, de horizonte para grandes segmentos sociales adquiere
tintes de insurgencia. Y, como agregado, el dolor derivado a causa de la
impunidad y la pusilanimidad, donde se pierde la frontera entre crimen y política,
hace hervir la sangre. No entender que la clave de la crisis está en el
concepto y no la operación es internarse en un callejón cada vez más estrecho y
cuyo final está cada vez más cerca.
En defensa de su propio destino y en el afán de evitar la inserción del
país en una espiral peor que en la que se encuentra, el gobierno está impelido
a cambiar el concepto y emprender acciones extraordinarias. Cambiar su punto de
apoyo. La situación lo exige, se percibe de emergencia. Si al inicio de
la gestión, el hacerse acompañar de los partidos en la presentación e
instrumentación del Pacto por México le sirvió al gobierno, no puede ahora ir a
remolque de ellos. En la circunstancia, lamentablemente los partidos no son
parte de la solución, son parte del problema. Sus dirigencias carecen de
autoridad moral y política para convocar a un nuevo acuerdo contra la
corrupción y la impunidad, cuando en sus filas militan destacados corruptos y
criminales. Si, en verdad, se quiere llegar a un acuerdo con ese
propósito, esta vez es preciso que el gobierno se apoye en los poderes de la
Unión y, fundamental, en los representantes de la sociedad que congregan
credibilidad y capacidad política. Requiere de un ombudsman comprometido
en los derechos humanos, no interesado en el presupuesto de la Comisión.
Requiere de un colegio de ministros resuelto a impartir justicia y reformar al
sistema, no en preservar el puesto y garantizar el carácter endogámico de su
estructura. Requiere renovar su gabinete en aquellas posiciones donde los secretarios
son insostenibles, e incorporar a cuadros experimentados con conducta
imparcial. Y requiere sumar por fuera del gobierno pero, con su respaldo, a una
personalidad con prestigio y capacidad de diseñar ese acuerdo que, más allá de
combatir corrupción e impunidad, se plantee reformar el poder. Requiere
el gobierno apoyarse en la gente. No en las élites que, en su disputa por el
poder, poco les importa fincar su imperio en la ruina de la nación. Cambiar el
concepto, no sólo la operación."
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