Inspiración...

El golpe se escuchó hasta el final del pasillo. El silencio profundo que llega tras las ondas del ruido invadió la losa de cemento pulido, helado, que brillaba reflejando las luces centinelas dispuestas exactamente a cada metro veinte centímetros, una de otra... La vista dejaba al joven con un sentimiento de miedo y frío que le helaba los huesos. Continuó caminando.

- 65, 66, 67, 68, 69... Aquí debe ser... sesenta y nueve. 

Suspiro mirando detenidamente el número grabado en negro sobre la placa metálica colocado junto al marco de la puerta. Tocó brevemente sin escuchar ruido alguno. Volvió a tocar un poco más fuerte. El miedo del sobresalto que e ruido le había provocado, lo tenía aun presente en sus oídos.

Escucho ruído, escucho un gruñido y la respiración pesada de alguien que se acercaba a la puerta. Sacó sus manos que estaban metidas en las bolsas de su abrigo. Temblaban, estaban blancas, blancas como no le gusta mirarlas. Temblaban.

Los cerrojos comenzaron a correrse y los ruidos variados los escucho, notando que sus sentidos estaban poco más allá que alertas. Estaba aterrado. El viejo abrió la puerta cabizbajo. Miró hacia su rostro tratando de enfocar. No dijo nada y dió un giro sobre sus talones. El asumió que el gesto significaba que pasara. Pasó.

Entró a la habitación notando un hedor a viejo, a polvo que por un momento cual golpe en la cara, le hizo hacer una mueca. No quiso ofender mostrando gesto alguno. Se controló y miró el cuarto. Los papeles tirados en el piso, unos blancos, otros con apuntes ilegibles a la distancia del piso a sus ojos. El viejo se quedó de pié frente a un sillón que memorizaba exactamente su postura marcada en sus pliegues. La piel gastada negra dejaba ver rayas más claras y un círculo en el descansa brazos no podía mentir de ser el lugar donde él seguramente, colocaba una taza al estar sentado. Tomó asiento en una silla de madera que se encontraba a un lado del viejo sillón.

- Maestro, agradezco el tiempo que me brinda al recibirme para mi entrevista. Quisiera comentarle que...

- ¡Calla! No pierdas tu tiempo en tonterías, dime ¿a que has venido?

- Quisiera entrevistarlo Maestro. Acordamos por teléfono que mi entrevista giraría en torno a sus ensayos de política que escribió en los años sesenta. Estudio leyes actualmente y me pareció...

- ¡Que insistencia la tuya de hablar!... El entrevistado soy yo. Tu calla y yo hablaré.

- Disculpe Maestro... estoy algo nervioso. Escuché un golpe al llegar aquí que me alteró un poco y...

- El que no escucha, el que no aprende a escuchar... la pluma sirve tanto como un arma sin munición... De una buena vez por todas, deja de hablar y tendrás lo que quieres.

- Bien.

- ¿Quieres café? No tengo pero puedo darte del mío...

Le ofreció su taza. Semi rota, manchada, sucia y con un líquido negro en su interior que bien pudiera ser todo menos café. Intento con un gesto ser cuidadoso al decirle que no lo apetecía. El viejo levantó los hombros y dio un sorbo al brebaje.

- Mate una rata. Eso escuchaste "hablador"... solo una rata que pretendía robarme el resto de mi café... Como ves, estoy quebrado, sin un centavo, tengo vecinos que se apiadan y me obsequian algunas cosas, pero dinero no tengo. Perdí todo... todo.

Al mencionar la palabra "todo" dejó su cuerpo caer en el sillón. El Maestro había sido uno de los escritores más prolíficos veinte años atrás. Las referencias a sus escritos eran totalmente vigentes aun, su existencia como ser humano había dejado de ser importante. Un buen día había dejado de escribir y poco o nada se sabía de él. El joven podía confirmar la razón de ello. Era patético el lugar, el sillón, el café y el escritor.

Un silencio nuevamente aterrador se apoderó del lugar. El viejo solo lo miraba y el joven evitaba su mirada. Sin saber como, su cerebro buscaba la forma de comenzar una charla. El formato de entrevista quedaba descartado automáticamente. El viejo no parecía estar interesado en lo más mínimo del objetivo del joven. Solo lo miraba.

- Maestro... ¿por que dejó de escribir?

Con miedo, se atrevió a mirarlo a los ojos. Los ojos del viejo se tornaron, miraron al techo y luego a sus pies. Lentamente se volvieron a posar en su mirada que de inmediato retiró. Su mano se fue cerrando lentamente y lo notó al ser el único miembro de toda su anatomía que movía. La mano que tantos libros, escritos, hojas y hojas habían escrito. La mano que por muchos años fue considerada casi sagrada. La mano que hoy cerrada, no era más que la mano de un pobre viejo.

- Podría empezar por decirte que abandoné la pluma por desesperación, por impotencia de ver como todos mis análisis políticos eran corrompidos por los humanos. Me desesperó tanta calumnia que con mi firma comenzaron a decir muchos. Me dolió ver que no era entendido y mucho menos era respetado. Enfermé algunos años y mis hijos, siendo yo un hombre grande, prefirieron ponerme al cuidado de médicos y charlatanes que dieron por perdida mi vista. Eso me entristeció mucho. Luego el tiempo hizo de las suyas y comenzó a quedarse vacío el cofre de mis ahorros. Ellos con sus problemas y sus vidas tenían el pretexto perfecto para olvidar, olvidarme. Los entiendo pero en ese tiempo no lo hice. Fui dejando pasar los días, los meses y ahora los años. Mi editor dejó de llamarme hasta que el teléfono dejo de funcionar. Mis plumas se secaron y la tinta es más cara que el café...

El joven ya no tomaba apuntes, solo lo miraba. Su rostro era claramente de asombro. Como pudieron haberle abandonado. Como es posible que alguien dejara así a un hombre que su mente brillaba tanto en las miles de páginas que rugen y hablan fuerte como jamás antes se había leído.

- Pero también podría decirte la verdad...

El silencio llegó nuevamente. El joven miró ahora sin miedo los ojos del viejo que por vez primera ahora rehuían su mirada. La mano se abrió. El puño cedió.

- Deje de escribir por que dejé de amar.

- Quiere decir... que su mujer... su esposa... cuando murió...

- ¡No! comenzó a reír. Ella viva o muerta no hace que yo la ame o no la ame... esa es solo una elección propia... es simple joven y es hora de que te vayas. Entiende o apunta y al tiempo entenderás... solamente y simplemente dejé de amar.

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